Aunque se hizo de rogar (Catenaccio, como buen caballero que es y que le honra, esperó pacientemente junto con su fiel gintonic al menos media hora más que yo) diría que fuimos perdonando los minutos de retraso canción a canción. Vimos a una Julie Doiron, desde mi punto de vista, absolutamente encantadora. A ratos tímida, dulce, cariñosa, enfadada consigo misma por su escaso conocimiento del castellano (una gira más), potente en la voz y en la guitarra. Acompañado por un estupendo batería que sabía cuando hablar y cuando callarse. Y también sabía cómo hacerlo. Una batería totalmente contenida, que entraba en el momento justo. Una Julie Doiron ante la que parecía difícil resistirse, a su voz, a sus canciones, a su añoranza de su familia, a la rabia contra una industria discográfica que, como tantas veces ocurre en la vida, anhela y detesta a la vez. Un concierto estupendo, tranquilo pero fuerte a la vez. El punto negativo, el de casi siempre: no creo que estuviéramos más de 30 personas en la sala. Algún día dejaremos de poder disfrutar de cierta música, al menos sin tener que mover el culo hasta la capital o hasta la otra capital. Bueno, eso que habremos perdido. Nos haremos menos preguntas. Nos conformaremos más.
Sanders
Sanders
2 comentarios:
Gracias Sanders por la opinión (y con envidia).
no verás este comentario porque llevo días sin entrar en el blog (incluso semanas), porque no me da tiempo a todo. gracias a ti por apreciar lo que no tiene valor salvo para la gente que lee y escucha con cariño de amigo. a mi me hubiera gustado teneros al lado en el concierto.
prometo, cómo resistirme contigo, escribir algo sobre andrew bird, lo que consiga recordar. y si cae algo en el festival de cine (chiquita y chatarra fijo), a ver qué puedo hacer...
muas!
Publicar un comentario