3 de octubre de 2007

Cada palabra mendiga un rastro
y es principio de un presentimiento.
Alojamos en una inocencia adecuada
a la que no pertenecemos,
los anuncios del olvido,
sin pensar que hay detrás
un tacto de realidad
ahogándose en los recuerdos.
Se entrega con tibieza
la pronunciación del aliento,
brotan miradas caídas ante el temblor
y los párpados cierran
las puertas del posible regreso.
En torno a la saliva
figuran objeciones impronunciables,
y se pierde el instinto
y la honestidad del valor.

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