4 de abril de 2007

Concierto de Matt Elliott + Manyfingers en Valladolid

Bien podría haber sido la versión contemporánea del hombre orquesta, y los dos conciertos, dos ejemplos válidos aunque muy diferentes. Y desde luego, esta forma de hacer, esta manera de suplir las carencias propias de un concierto de una sola persona, es un enriquecedor ejercicio para sacar provecho agotando posibilidades.

Manyfingers, se presentó casi sin querer, y desde el primer momento, acoplaba sonidos que se ensamblaban perfectamente en un laborioso método de trabajo que provocaba cierto stress en la contemplación de la faena. Ensimismado en los detalles, concentrado irremediablemente en sus cachivaches, iba sacando sonidos del ordenador, de la batería, de la guitarra o del acordeón y se perdía entre cables y aparatos. Grababa cada una de esas porciones de música y la mezclaba. Todo un recital de recursos, unas veces más electrónico y otras menos, pero siempre admirable.

Matt Elliott, con más serenidad y discreción en los juegos musicales, cambió el ambiente del pequeño y acogedor local. Esta no era una taberna portuaria, pero su coro de lamentos y la sencillez ahogada de su música simularon a la perfección ese escenario. Tengo que reconocer que no soy nada objetivo con Matt Elliott, y que mi fascinación por cada uno de sus discos influye sin duda a la hora de hablar de su concierto. Pero también es cierto que mis reparos hacia los lugares pequeños en los que cualquier conversación puede tapar parte del sonido son notables. Así que acudí con miedo y devoción. Afortunadamente, el resultado mereció la pena.

Comenzó tranquilo, pero en las últimas notas de su primera canción gritaron los acordes feroces de “chains” y en ellos los primeros desgarros de voz y esa sobrecogedora forma de recoger las voces calladas y oprimidas, para dejar claro que esto no iba a ser una colección de canciones sin entrega ni alma. Con un par de guitarras, y mayor número de pedales, articulaba las canciones mezclando sonidos o distorsionándolos, doblando su voz para poder crear esos coros que se agarran a la piel. Y ya no puedes dejar de escuchar ese olvido, esa decadencia hipnótica respirándose a sí misma.

La delicada armonía de sus canciones discurría entre la voz agotadora como un contraste maldito que llevó hasta la abrumadora “the maid we messed”, una larga y enloquecida saturación de emociones para dejar la boca abierta y la pena de no atrapar esos momentos para siempre.

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