20 de octubre de 2006
















Finalmente, la confusión
fue más cierta como amenaza.
Qué absurdos ahora
los sinsabores ya domesticados
de los procedimientos seguros,
la prudencia en las pasiones
desprotegidas del contagio,
qué cruel el miedo acechando
si aún enfermo respira el cuerpo.

Se obedece a quien no desordena
los usos simplificados
y se desoye el alboroto
de los patios escolares,
aunque no es necesario
creer en la lluvia
para mojarse.

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