18 de julio de 2006
















Lástima de los objetos
que tan pronto se acostumbran
a permanecer escondidos
en ese paisaje inerte
de las liturgias torpes
y los adornos fracasados.
Enrarecidos por lo cotidiano,
espantados por las proclamas
y ocultados por la cotemplación
de su silueta indiferente.
Lejos ya los templados ojos,
el silencio abroncado,
la garganta limpia,
lejos todo.
Propósitos y buenas intenciones
se ahogan por la culpa
de nadie.
Callan los desamparos.

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